Le es necesario detenerse a ponderar los zapatos de aquel hombre, enfundado en impecable traje blanco, que pasea por los salones de un lujoso hotel de La Habana o descansa, apacible, junto a la mesa de un bar a la hora del Mojito. Tal la furtiva imagen que intuye de su padre, incluyéndolo en la Cuba de su imaginería caribeña, pues durante su infancia aquél viajaba de continuo a Centroamérica, dejándolo al cuidado de su madre y la hermana mayor. “Me parece verlo con su traje blanco y los zapatos combinados”, se dice. No sólo ésta, otra Cuba suele evocar, como ahora, otra en la que supo escabullirse en aventuras amorosas y periódicamente desvela sus noches en la expectativa de un nuevo viaje.
A medida que la escena se desvanece, algo, paradójico en su irrelevancia, se mantiene encendido: el combinado de los zapatos, característico de un estilo, de un modo social. Hasta que percibe su procedencia: una vieja fotografía tomada en Punta del Este, donde posan el padre y la hermana, ya mujercita, tomados del brazo; pero es ella quien calza zapatos de tacón blancos/negros, y desemboca en el recuerdo de un sueño en el que se ve dormir abrazado a un cuervo. Ocurrencias que lo conducen a los viajes del padre al exterior hasta el accidente fatal la vez que el avión se desplomó. La hermana viajó en busca del cadáver sin que entre ellas, hermana y madre, hubiesen atinado a dale la fatídica noticia. Ignorante de lo ocurrido, se extrañó al verlas, la hermana recién llegada del viaje, ataviadas de negro.
En un instante cree comprender, aunque algo escapa al intento de aprehender la falta paterna. Había escuchado relatos macabros de la hermana acerca del estado en que encontrase al cuerpo. La recuerda como un cuervo alimentado de la carroña del padre. El cuervo, aquel luto son el lúgubre trasfondo del inmaculado traje que el padre luce en la fantasía de La Habana, tanto como la tragedia de su muerte con el placer ligero y elegante de la escena.
El contraste se reitera en la evocación de los veraneos en Punta del Este: el padre con negra malla de cinturón blanco, al mejor estilo de la época y la madre, por la que retiene algo obsceno, mezcla de erotismo y aversión, al imaginarla llenando la malla con sus blancos hemisferios. Le sugiere la atmósfera de las películas de Fellini, cuando la pantalla muestra esas mujeres tetonas en la exultante condición de madres de leche y amantes.
Se altera la escena de La Habana, concibe al padre enfundado en el traje blanco como el espectro contenido en la tela-carne blanca-negra de la hermana-madre-cuervo. Los zapatos combinados delatan el rasgo en un súbito contraste: el blanco, el negro, lo inmaculado, el cuervo, la carne untuosa, lo masculino, lo femenino.
A la rastra de los viajes del padre, la escena se ha desplazado desde Punta del Este hasta la Cuba de ilusión, acompasando el tránsito falaz de ese desconocido, presente en la inmediatez del cuervo devorador de los restos de lo masculino. Su deseo expectante por encontrar en Cuba un negro con quien tener una aventura amorosa le arroja una luz sobre el enigma: él es un blanco con un pájaro negro dentro.
Aparecen recuerdos o fantasías noveladas, rescata algo de sus padres a través de fotografías familiares o de películas argentinas de la época, lo deleita la pompa del cine de los años cuarenta. Y en su devoción por la ópera reencuentra la debilidad por los decorados que no disimulan fatuidad.
En el rastreo de sus ocurrencias se destaca el carácter de lo blanco-negro. El juego de contrastes se anuda a la fantasía del padre en La Habana y se pasea con insistencia por sus ocurrencias.
Un inacabable deslizamiento de blancos-negros es el punto estrellado cuya virtud consiste en figurar lo escamoteado, elevándolo a la condición de emblema.

Padre blanco
padre en las alturas
padre fantasma
pájaro padre
pájaro negro
pájaro obsceno
madre cuervo
madre negra
madre voraz
llena
untuosa
lechosa
Madre blanca

Pájaro emblemático, insomne pájaro que no despierta, que no duerme. Si el deseo da pie al destino, él erige su desatino en un pedestal blanco-negro. Y un gran pie distrae la certidumbre del zapato vacío.

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