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Apostasía. No en mi nombre

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Esta nota podría ser extensa o breve, optando por la segunda alternativa, seré conciso en las apreciaciones.

Obviamente, no es necesario cancelar el acta bautismal para, como en mi caso, atreverse al ateismo o tener francas discrepancias con lo que el consenso entiende por cristianismo. Si hay acuerdo en que Cristo exclamó, en el célebre Sermón de la Montaña, aquello de "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el Reino de los Cielos", digo que es deleznable ensalzar la pobreza espiritual con la promesa de una recompensa eterna. Prefiero intentar cultivarme. Alguien me dijo que si en vez de en el apóstol Pablo la Iglesia se hubiese inspirado en Pedro otra sería la cuestión. Pero resulta que Cristo le habría dicho a Pedro "eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi iglesia", con lo que Pedro-piedra fue el cimiento del edificio construido según los planos del arquitecto Pablo y también de Agustín, en base a la extendida noción de pecado -comenzando por el original-, una interminable distribución de culpas por gozar de la vida y la exigencia del mea culpa (Perdóname Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberos ofendido se recita en culposa declinación), arrepentimientos y renuncias a cambio de la redención eterna, todo en nombre de la religión del Hijo que se sacrificó por nosotros.

Ya dije que no es necesario cancelar el ingreso al catolicismo, ocurrido en el ritual del bautismo, para discurrir sobre la existencia o inexistencia de Dios o la instrumentación clerical de las acciones de Cristo, al que la Iglesia enfatiza en la tortura de la cruz, porque fue crucificado por los pecados ajenos y pasados más de veinte siglos aún permanece clavado por los míos, los tuyos, lector, los de mi vecina Leticia, los de Lilita Carrió, los de Magdalena Ruiz Guiñazú, los de Mariano Grondona, los del cardenal Bergoglio y los miembros del Opus Dei, los del amable curita que en Tandil constató nerviosamente mi apostasía y ni qué decir de los de Osvaldo Bayer, del Tata Cedrón o del Polaco Goyeneche (los imagino bautizados), todos revolcaos en un merengue que envidiarían los surrealistas. Porque según la Iglesia Católica quien fuera bautizado es católico y por serlo acepta sus doctrinas y el modo de administrar secularmente la política religiosa. Más aún, la Iglesia se sirve de la cifra de bautizados para imponer sus puntos de vista sobre legislación y conseguir privilegios, en aras de un poder que menta el cielo pero acontece mundanamente, al tiempo que hace gala de tremenda desmemoria en lo relativo a su participación en momentos nefastos. Menciono al pasar la connivencia silenciosa o declarada con el nazismo o con el llamado Proceso que padecimos en nuestro país. Y ni qué decir del Santo Oficio de la Inquisición en la Edad Media: en una Europa habitada por dos o tres millones de habitantes, a lo largo de dos siglos quemó en la hoguera más de quinientas mil mujeres, acusándolas de brujas. O la alianza con los reinados, los respectivos ejércitos y los terratenientes durante la época colonial para producir la mayor sangría humana de la que se tenga noticias, por la que se trajo a las costas de América a unos diez millones de esclavos negros; si se tiene en cuenta que sólo uno de cada seis embarcados en África llegaba con vida, se trató de la expoliación de ¡sesenta millones de habitantes! Doy este dato como botón para la muestra: el jesuita Alonso de Sandoval publicó en 1627 un tratado, Naturaleza, policíaca sagrada, profana, costumbres i ritos, disciplina y catechismo evangélico de todos los etíopes, donde menciona como origen de la servidumbre la maldición, según consta en el Génesis, que recayó sobre Canaán, hijo de Cam y nieto de Noé por haberse reído Cam de Noé al verlo ebrio. De Canaán descenderían egipcios y negros, por lo que la esclavitud habría sido imposición de Dios y por lo tanto derecho divino (puede consultarse el excelente estudio de José Andrés-Gallego, La esclavitud en la América española). En la actualidad, la Iglesia tiene activa, condenatoria intervención en lo relativo al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo biológico, la enseñanza acerca de lo sexual en los colegios.

Quiero, para concluir, citar unas palabras de Freud tomadas de un artículo escrito hace más de cien años -en 1907- titulado "La ilustración sexual del niño", comprenderemos que tanto argúir la eternidad, la Iglesia necesita ser eternamente igual a si misma: La sustitución del catecismo por un tratado elemental de los derechos y deberes del ciudadano, llevada a cabo por el Estado francés, me parece un gran progreso en la educación infantil. Pero esta instrucción elemental resultará aún lamentablemente incompleta si no incluye lo referente a la vida sexual. Es ésta una laguna a cuya desaparición deben tender los esfuerzos de los pedagogos y los reformadores. En aquellos Estados que han abandonado la educación en manos de las órdenes religiosas no cabe, naturalmente, suscitar la cuestión. El sacerdote no admitirá jamás la igualdad esencial del hombre y el animal, pues no puede renunciar al alma inmortal, que le es precisa para fundar en ella la moral. Queda así demostrado, una vez más, cuán necio es poner a un traje destrozado un remiendo de paño nuevo y cuán imposible llevar a cabo una reforma aislada sin transformar las bases del sistema.

Por todo esto y según una consigna de los grupos afines a la apostasía, digo: no en mi nombre. No acepto formar parte de un club en el que nunca puse la firma al formulario de ingreso pero sí puedo, no es poco, firmar la salida.


Colecciones

Autor
Escritor
  Carlos D. Pérez
Géneros
Tipo
 Ficción
Género
 personas, personajes
Temas
 Apostasía



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