<%@LANGUAGE="JAVASCRIPT" CODEPAGE="1252"%> Julio Cortázar - Carlos D. Pérez

Julio Cortázar

Han pasado años desde que ocurriera lo que voy a narrar, pero como el asunto no es el tiempo cronológico sino otra dimensión, inasible, lo sucedido no ha perdido fuerza. Yo había escrito un artículo en el que, en otras cosas, decía: “Lo que denominamos tiempo nos coloca ante la paradoja de nombrar el transcurrir, con la noción de tiempo parcelamos el devenir, refiriendo un pretérito como lo ya acontecido y un futuro como lo que habrá de suceder. De allí que al detenernos en la condición pasada, presente o futura de un acontecimiento sea la propia dimensión temporal lo que se ausenta, de igual modo que si observamos el marco de un cuadro se pierde la obra allí presente. Si el marco más adecuado es el que sin alharaca induce a entrar en la obra de arte, el tiempo de gozo nos libera, como la música, de las convicciones signadas por el hábito”.
Al pie había fechado: “Buenos Aires, ¿diciembre de 1983?”.
Poco después, redacté la siguiente posdata:
Creí poner punto final a la redacción de este artículo –aunque resguardando la fecha entre signos de interrogación- mientras Julio Cortázar se encontraba en Buenos Aires, y pensé oportuno entregárselo y quizá dialogar con él, pero antes de que lograse localizarlo ya había vuelto a París. Conseguida su dirección gracias a un amigo en común, le escribí manifestando que le enviaba el artículo, al que entendía vinculado a sus inquietudes, tan temeroso de la que podría ser su contestación como de no recibir respuesta alguna. Eso fue a mediados de enero de 1984. El siguiente 12 de febrero el periodismo difundía la noticia: “Ha muerto Julio Cortázar”.
Puedo inferir su lectura de mi texto, nada me lo impide, incluso puedo imaginar un atisbo de contestación epistolar, pero es notorio que mi modesto escrito, como todo lo demás, concluyó en su tiempo para Cortázar. En el reverso hemos quedado sus lectores, invadidos de un transcurrir cortaziano, como si un súbito golpe de viento hubiese abierto de par en par nuestras ventanas.
Al anunciarnos su muerte no nos dijeron que haya muerto para nosotros sino que hemos cesado para él, mientras la cronopia flor de su palabra se descubre definitiva a quien lo merezca.
Estaba releyendo estas líneas, recién redactadas, cuando me interrumpió el timbre. Salí a atender y me entregaron un envío postal. Lo abrí. Era un libro, regalo de mi padre para mi cumpleaños -9 de febrero-. El comentario de contratapa comenzaba así: “La insospechada vulnerabilidad de lo que llamamos ‘lo real’, puesta al desnudo por medio de la fantasía y una implacable ironía, pierde a veces sus pretendidas cualidades axiomáticas y se revela como una absurda paradoja según la cual todo empieza en cada uno de nosotros para concluir en todas partes y en ninguna”
Autor y título: Julio Cortázar. Alguien que anda por ahí.

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