¿Quién mató al psicoanalista?

Siguiendo la enseñanza de Freud, el psicoanalista Andrés Kowes suele tomar notas de las sesiones con sus pacientes luego de concluido el día de consulta. Pero esta vez, un raro malestar lo incita a escribir acerca de sí mismo. Separado hace un tiempo de su mujer, los hijos en el exterior, vive solo en un ph de la calle Darwin. Salvo alguna amistosa visita, allí recibe a sus pacientes. Cuando los síntomas van limitando sus movimientos, descubre un insípido polvo blanco mezclado al azúcar del recipiente que usa para endulzar el mate de cada mañana. Ha sido envenenado y sólo un paciente pudo ser responsable del atentado.
El investigador Esteban Riquelme deberá orientarse con la lectura de sus anotadores y los datos que el Departamento de Homicidios le proporcione acerca de la vida de la víctima. La música de jazz, por la que Riquelme siente especial inclinación, estará presente en la evolución de sus inquietudes al tratar de distinguir el difícil límite entre las impulsiones y fantasías de los pacientes y el que alguien, Edipo contrariado, haya sido capaz del despojo que concreta el acto asesino comprometiendo, como en la obra de Sófocles, a cada protagonista, al coro anónimo, a los inciertos espectadores de la tragedia.

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