<%@LANGUAGE="JAVASCRIPT" CODEPAGE="1252"%> Billie Holiday - Carlos D. Pérez

Billie Holiday

Noche de primavera, 1939, en el Cafe Society, colmado de gente dispuesta a escuchar jazz, atraída por la cantante cuya fama había crecido entre los músicos que sintieron especial debilidad por tocar con ella y también entre los habituales concurrentes al lugar, el primero “integrado” de Nueva York pues tanto congregaba negros como blancos; algunos, como Lewis Allen, le habían acercado sus composiciones, admirados por su capacidad musical, por su modo de frasear con su amigo Lester Young en el saxo tenor, por la ductilidad con que daba vida a las historias que las letras mentaban. Nadie como ella para que contar y cantar fuese lo mismo. Sin entrar a tierra en el compás despeñaba movimientos contrarios a la ley de gravedad que son el alma del swing con su voz de pequeño registro y timbre aniñado, de niña oscura, proclive a una suerte de falsete donde su rara falsía acertaba sin pasos en falso.
Carente de preámbulos subió al escenario, una infaltable gardenia en el pelo, seguida de los músicos que habrían de envolverla con salvaje sutileza. Probó el micrófono y sabedora –porque lo sentía en las entrañas- del silencio expectante que reinaba en la sala, dejó crecer el sentimiento de estar en tierra de nadie y su voz habló por ella: Thanks you, thanks you very much ladies and gentlemen. I whant to sing a tune wich was writen especially for me: Extrange Fruit. Carraspeaba para aclarar la dicción cuando le llegaron ramalazos de recuerdos: un retrato de su madre, adolescente cuando ella nació, el esquivo perfil de su padre, su deriva por las casas en las que limpiaba pisos, los cabarets donde fuese alternadora y prostituta, su devoción por Louis Armstrong y Bessie Smith, a los que trató de imitar hasta dar con un estilo que a nadie se parece, tremendo costo de la libertad. En eso estaba, ensimismada en la palabra freedom, cuando la trompeta de Frankie Newton comenzó la introducción al tema. Luego, a pesar de que el piano de Sonny White generaba un clima propicio Billie Holiday vaciló, hasta que olvidada de sí misma dio paso al canto1:

Southern trees bear strange fruit,
Blood on the leaves and blood at the root,
Black bodies swinging in the southern breeze,
Strange fruit hanging from de poplar trees.

Pastoral scene of gallant south,
The bulging eyes and the twisted mouth,
Scent of magnolias, sweet and fresh,
Then the sudden smell of burning flesh.

Here is a fruit for the crows to pluck,
For the rain to gather, for the wind to suck,
For the sun to rot, for the trees to drop,
Here is a strange and bitter crop.

El extraño fruto de cuerpos mancillados por el racismo, llegado a su voz hizo del lamento el cuerpo duro de un decir que remontando la denuncia alcanzó la cifra de la música negra viviendo el infortunio, revirtiendo en gozo la trágica condición que nos habita. Pero nada de esto se dijo Billie, permaneció absorta ante los aplausos hasta ensayar palabras para anunciar un blues que cantaría enfática, dolorida o festivamente, según el arco de posibilidades que los negros disponen al emprender un tema.
1: Una versión para esta letra de Lewis Allen, es la siguiente:

Los árboles del sur portan frutos extraños,
Sangre en las hojas, sangre en la raíz,
Cuerpos negros que al sur la brisa balancea,
Frutos extraños que de los álamos cuelgan.

Escena pastoral del sur galante,
Con ojos desencajados y bocas retorcidas,
Dulce y fresco aroma de magnolias
Y el súbito olor de la carne ardiendo.

Aquí está el fruto para que los cuervos arranquen,
Para juntar la lluvia, para que el viento los chupe,
Para que el sol los pudra, para que los árboles los dejen caer,
Aquí hay una extraña, amarga cosecha.


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