No habíamos comenzado a hablar, pero su presencia me transmitió confianza, la de quien se presta abierto al diálogo, la confianza del poeta que por serlo anima la palabra en ciernes.
-Es por todos conocida tu condición de poeta, menos conocido resulta tu paso por las aulas de Filosofía y Letras en Madrid. ¿Podrías entregarme una semblanza de tu inserción universitaria?
-Desde el año 1918, que ingresé en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hasta 1928 en que la abandoné, terminados mis estudios de Filosofía y Letras, he oído en aquel refinado salón, donde acudía para corregir su frivolidad de playa francesa la vieja aristocracia española, cerca de mil conferencias.
Con ganas de aire y de sol, me he aburrido tanto, que al salir me he sentido cubierto por una leve ceniza casi a punto de convertirse en pimienta de irritación.
-¿Pero cual sería tu disposición, de tener que pronunciar una conferencia en el ámbito académico?
-Yo no quisiera que entrase en la sala ese terrible moscardón del aburrimiento que ensarta todas las cabezas por un hilo tenue de sueño y pone en los ojos de los oyentes unos grupos diminutos de puntas de alfiler.
-¿Cómo lograrlo? ¿Qué dirías?
-Señoras y Señores: En esta conferencia no pretendo definir sino subrayar; no quiero dibujar sino sugerir. Animar, en su exacto sentido. Herir pájaros soñolientos. Donde haya un rincón oscuro, poner un reflejo de nube alargada y regalar unos cuantos espejos de bolsillo a las señoras que asistan.
-Regalarle espejitos a las señoras... la ironía te divierte. ¿No hay algún peligro en dejarse llevar por un juego de espejos?
-Mi estado es siempre alegre, y este soñar mío no tiene peligro en mí, que llevo defensas; es peligroso para el que se deje fascinar por los grandes espejos oscuros que la poesía y la locura ponen en el fondo de sus barrancos. Yo estoy y me siento con pies de plomo en arte.
-Entiendo en esas palabras una advertencia a quienes se proponen ir al fondo, podrían no encontrar otra cosa que un espejo. ¿Pero tu escritura no es, acaso, un ir al fondo?
-Hago unos diálogos extraños, profundísimos de puro superficiales, que acaban todos ellos con una canción.
-¿Aunque el tema sea la muerte? Lo has abordado con insistencia en tus obras.
-Yo trabajo... (no me digas nada), trabajo para morir viviendo. No quiero trabajar para vivir muriendo.
-¿Y qué lugar tiene en ese trabajo la verdad? ¿Dónde o cómo la ubicarías?
-Antes de pasar adelante debo decir que no pretendo dar en la clave de las cuestiones que trato. Estoy en un plano poético donde el sí y el no de las cosas son igualmente verdaderos. La verdad es lo vivo y ahora quieren llenarnos de muertos y de aserrín de corcho. El disparate, si está vivo, es verdad; el teorema, si está muerto, es mentira. ¡Dejad que corra el aire! ¿No te angustia la idea de un mar con todos los peces atados con cadenita a un solo punto, sin conciencia? No discuto el dogma. Pero no quiero ver el punto donde acaba “ese dogma”.
-La viva verdad, una forma de decir la poesía, la verdad poética.
-La “verdad poética” es una expresión que cambia al mudar su enunciado. Quiero ser un Poeta por los cuatro costados, amanecido de poesía y muerto de poesía. Empiezo a ver claro. Una alta conciencia de mi obra futura se apodera de mí, y un sentimiento casi dramático de mi responsabilidad me embarga. Así como la imaginación poética tiene una lógica humana, la inspiración poética tiene una lógica poética. Ya no sirve la técnica adquirida, no hay ningún postulado estético sobre el que operar; y así como la imaginación es un descubrimiento, la inspiración es un don, un innegable regalo.
-¿Qué es una imagen poética?
-Una imagen poética es siempre una traslación de sentido.
-¿Y cómo entender lo que llamas “inspiración”?
-El estado de inspiración es un estado de recogimiento, pero no de dinamismo creador. Hay que reposar la visión del concepto para que se clarifique. No creo que ningún gran artista trabaje en estado de fiebre. Aun los místicos, trabajan cuando ya la inefable paloma del Espíritu Santo abandona sus celdas y se va perdiendo por las nubes. Se vuelve de la inspiración como se vuelve de un país extranjero. El poema es la narración del viaje.
Y la voz que lo lee es el soplo del viento que le hunde en el pecho entrañables distancias.
-Borges ha llegado a decir de ti que eres un “andaluz profesional”; el brulote apenas disimula cierta envidia. ¿Te sientes encasillado?
-Me va molestando un poco mi mito de gitanería. Confunden mi vida y mi carácter. No quiero, de ninguna manera. Los gitanos son un tema. Y nada más. Yo podía ser lo mismo poeta de agujas de coser o de paisajes hidráulicos. Además el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación y de poeta salvaje que tú sabes bien no soy. No quiero que me encasillen. Siento que me van echando cadenas.
-Y no es cuestión de quedar encadenado a un solo punto. Quizá el drama humano consista en saber que si nos desprendemos de lo ya establecido que encasilla, se llame dogma o cadena –has mencionado a ambos-, también perdemos consistencia. Un modo de decir que la libertad presume el vacío.
-Es el único modo que tiene el drama de justificarse, viendo, por sus propios ojos, que la ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de sangre. Me repugna el moribundo que dibuja con el dedo una puerta sobre la pared y se duerme tranquilo. El verdadero drama es un circo de arcos donde el aire y la luna y las criaturas entran y salen sin tener un sitio donde descansar. Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados; un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas.
-¿Se trata acaso, poeta, del propio bautizo, de un nacer a la vida como el mayor desafío?
-Ahora he descubierto una cosa terrible (no se lo digas a nadie). Yo no he nacido todavía. El otro día observaba atentamente mi pasado (estaba sentado en la poltrona de mi abuelo) y ninguna de las horas muertas me pertenecía porque no era Yo el que las había vivido, ni las horas de amor, ni las horas de odio, ni las horas de inspiración. Había mil Federicos Garcías Lorcas, tendidos para siempre en el desván del tiempo; y en el almacén del porvenir, contemplé otros mil Federicos Garcías Lorcas muy planchaditos, unos sobre otros, esperando que los llenasen de gas para volar sin dirección. Fue este momento un momento terrible de miedo, mi mamá Doña Muerte me había dado la llave del tiempo, y por un instante lo comprendí todo. Yo vivo de prestado, lo que tengo dentro no es mío, veremos a ver si nazco.
Porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado, he visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacío.
-Si comprendiste todo en ese terrible instante, ¿es posible que nos señales un rumbo, para que el volar no sea sin ton ni son?
-Dibuja un plano de tu deseo y vive en ese plano dentro siempre de una norma de belleza. Yo lo hago así, querido amigo... ¡y qué difícil me es!, pero lo vivo. Estoy un poco en contra de todos, pero la belleza viva que pulsan mis manos me conforta de todos los sinsabores. Y teniendo conflictos de sentimientos muy graves y estando transido de amor, de suciedad, de cosas feas, tengo y sigo mi norma de alegría a toda costa. No quiero que me venzan, al que le duele su dolor le dolerá sin descanso y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.