<%@LANGUAGE="JAVASCRIPT" CODEPAGE="1252"%> Enrique Pichon Rivière - Carlos D. Pérez

Enrique Pichon Rivière

El humor forma parte del raro grupo de nociones de las que sabemos en qué consisten hasta que intentamos definirlas. Decimos humor, pero ¿qué humor? ¿Buen humor, malhumor, humor sombrío, acuoso, vítreo, de mierda? Solemos afirmar que Fulano o Mengano tiene sentido del humor, pero que el humor pueda sentirse difiere de que tenga un sentido. Concediendo (ya es mucho) que de algún lado viene y hacia algún lado se dirige, lo más probable es que las direcciones sean múltiples, con lo que se llega a lo más evidente: cada vez que encontramos un sesgo de humor, algún sentido ha de tener, pero nada indica que esa dirección se mantenga.
Sentido, lo que se dice sentido, tiene nuestro pensar habitual, con el que intentamos organizar la vida cayendo en el equívoco de suponer que la vida misma tenga sentido. De allí la sabiduría de Lao Tsé: “Cuando tengas un pensamiento, ríete de él”. Quizá el humor sea una forma de soportar la vida. Hay otros soportes, claro está, pero éste no es despreciable: el de la alegre desconfianza del pensamiento que ríe de sí mismo.
Fernando Ulloa me contó cierta vez un episodio que deja mucha enseñanza, cuyo protagonista es Enrique Pichon Rivière. Analista pionero de la Asociación Psicoanalítica Argentina, en el momento de la anécdota estaba alejado de la institución. Si bien hacía bastante tiempo que no concurría, fue invitado a participar de un festejo aniversario y le pidió a Fernando que lo acompañase para no ir solo al lugar en el que por fundadas razones había dejado de sentirse cómodo.
Subían por la importante escalera de roble hacia el salón de actos cuando se cruzaron con uno de los fundadores de la institución, quien sorprendido de la presencia de Pichon Rivière lo saludó de este modo: “Enrique... ¡Qué sorpresa! ¿Cómo andás?”, a lo que éste respondió: “¿Cómo voy a andar si estoy aquí?”. Sin disimular la molestia, el fundador siguió su marcha. Mirándolo descender, Enrique arqueó las cejas y le dijo a Fernando por lo bajo: “Desconfío de la gente sin sentido del humor”. Trajinaron unos escalones hasta que se detuvo para retomar la frase: “Y desconfío de mi desconfianza también”.
Suelo recordar la anécdota como un excelente ejemplo de la complejidad del sentido del humor, que para culminar redobló la desconfianza, contradiciendo al propio sentido del humor.
Si alguien quisiera escribir sobre las relaciones de Pichon Rivière con la Asociación Psicoanalítica Argentina podría extenderse en consideraciones, pero difícilmente sería capaz de emparejar lo que esa ocurrencia humorística expresa. ¿Cómo voy a andar si estoy aquí? dice lo que uno quiera o pueda entender: que se anda mal, que no se anda, que el estar aquí no anda o todo junto, figura de gran condensación soltada al pasar, apenas interrumpiendo la subida de una escalera. Lo que a su vez es manifestarle al fundador que se equivoca si cree que anda porque anda ahí, etc. etc.
También yo supe subir por aquellos peldaños, como lo hicieran el fundador, Pichon Rivière, Ulloa y tantos otros que didácticamente aprendieron el oficio de ascender. Habíamos erigido una escalera a la fama, pero bastó un toque de humor para despertar el tiempo de desmantelarla. Aunque fuera por un instante, un hermoso instante.

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