Transcurría 1976 –si es posible decirlo así-, ya se había producido el golpe militar, iniciándose el período más siniestro de nuestra historia. No me es posible situar claramente el momento, no alcanzo una perspectiva, debió pasar tiempo hasta que llegase a caer en la cuenta de lo que estaba ocurriendo. Yo era Profesor Adjunto de Psicopatología en Psicología, UBA, el titular era mi amigo Jorge Kury. Muy pichón para tal cargo, no pocos alumnos de la cátedra eran mayores que yo. Recuerdo, esto sí recuerdo, que con Jorge nos preguntamos qué hacer, y se me ocurrió que siguiésemos adelante con la enseñanza, a condición de transmitir lo que creíamos saber, la obra de Freud, y en caso de recibir la menor objeción nos retiraríamos. Nos movía la pasión. Yo estaba a cargo de las clases teóricas, y en un tiempo de poco entusiasmo de los estudiantes debía entrar a una sala de clases colmada, pasando por sobre muchachos y muchachas sentados en el suelo. Si bien se decía de milicos disimulados entre los estudiantes (había bromas al respecto), también recuerdo que en mi inconsciencia llegué a leer a Trotsky, uno de sus admirables recuerdos de infancia, sin mencionarlo como autor y haciendo malabares para ocultar la tapa del libro a los presentes; no lo encontré en mi biblioteca, seguramente lo quemé después, como a tantos otros. En los exámenes me sucedió más de una vez salir a tomar un café o al baño y que se acercara algún alumno a preguntarme: “Escuchame, flaco, ¿cómo te fue, qué te tomaron?”. Aclaro que presumiendo que nos quedaba poco tiempo en la cátedra, yo había abandonado la formalidad de saco y corbata –desde el decanato nos habían impartido esa consigna, también la de no tutear a los alumnos- y me presentaba de jean y remera.
Y en la clase final de la cursada un alumno se adelantó y pidió leer en público la carta que habían preparado para el Decano. Lo hizo, estaba fechada el 6 de diciembre de 1976:
Tenemos el agrado de dirigirnos al señor Delegado de la Carrera de Psicología
De la Universidad Nacional de Buenos Aires don Luis García de Onrubia, a fin de hacerle conocer por intermedio de la presente el agradecimiento de los alumnos de la Cátedra de Psicopatología que tan promisoriamente dirigiera el Doctor Jorge A. Kury y su Profesor Adjunto el Doctor Carlos D. Pérez, de quienes hemos recibido el sentimiento de una preocupación constante por transmitir y poner a nuestro alcance sus amplios conocimientos de manera clara y precisa…
Los abajo firmantes queremos así testimoniar nuestro reconocimiento por la destacada labor desempeñada a lo largo de este cuatrimestre, pues pocas veces se vieron tan colmadas nuestras expectativas y nuestras ansias de conocimiento.
Vaya también nuestro agradecimiento por el intento de brindar una base firme, adecuada y coherente a nuestra formación como futuros profesionales en el área de la Salud Mental.
La carta, que aún conservo, tenía la firma y número de libreta de unos 900 alumnos. Suelo pensar que esa carta nos salvó. El Decano debió entender que habíamos despertado el fervor colectivo y procedió como correspondía: quedamos fuera de la cátedra. Si mal no recuerdo la tomó a su cargo Mauricio Abadi, García de Onrubia había solicitado nuestros recursos, ya que lo conocíamos, para establecer contacto.
Ahorro el comentario de otros episodios, funestos, que derivaron de lo antedicho, sólo quise decir precaria, sucintamente, algo que permaneció callado todos estos años. Y no se tome lo anterior como el relato de una valentía, no es eso, en mí perdura un sentimiento de no meditado arrojo mezclado a una indescriptible vergüenza. Por los que no estuvieron para contarlo.