Alguna vez, en uno de sus viajes desde BahÃa a Buenos Aires, Emilio Rodrigué vino a cenar a mi casa. Poco antes habÃamos intercambiado correspondencia por mail, en un momento yo le habÃa dicho que por cierta cuestión le escribirÃa una integrante de mi grupo llamada Selva. “¿Selva? ¡Hermoso nombre!†respondió de inmediato e insistió en conocerla, su emoción por una mujer que fuese selva era evidente y en mensajes sucesivos se empecinó con pasión adolescente, es decir, con pasión. Entusiasmada pero también asustada, mi amiga Selva no estuvo a la altura de su nombre y al encuentro asistimos ella, su marido y yo como guardaespaldas. Me consta que después se vieron sin custodia, pero según Selva fue todo muy correcto, no supe si debÃa creerle.
Con Emilio no nos conocÃamos personalmente hasta ese momento, pero su obra y su trayectoria –es casi un eufemismo decirlo de este modo- no me eran ajenas, tampoco a él algunas cosas que yo habÃa escrito. Reunidos en mi casa para la cena que mencioné al comienzo, con la libertad que confiere la charla entre Ãntimos desconocidos, copa de vino mediante se interesó por mis actividades y en un momento de tácita complicidad me preguntó: “Decime, Carlos, ¿cómo hacés para que lo que me decÃs no se te vaya a la mierda?â€. Obviamente, yo no lo sabÃa y supongo que tampoco él en lo atinente a sus avatares, mucho más variados, prolÃficos y desatinados que los mÃos, por lo cual tomé su intervención como lo que sugerÃa: ¿A qué preocuparse por preguntas como esta, que sin embargo deben ser formuladas, para despejar de prevenciones lo que a uno le viene en gana arriesgar? Y cuando tiempo después encontré, en el prefacio de un libro dedicado a un colega, su opinión acerca de que “Carlos Pérez es un francotirador que escribe bienâ€, lo tomé como el mejor elogio que pueda haber recibido. Le agradecà por mail y tuvo a bien no responder. Vaya este recuerdo para quien no fue mi amigo ni mi maestro… pero que sin embargo algo tuvo de eso, un locolindo del psicoanálisis que entre otros rumbos abrió el de atreverse a la ficción sin dejar de ser analista, al psicoanálisis sin descuidar la veta inventiva pero sà desentendido de cualquier atisbo de impostación, fiel a la estima que escuché de su boca: “Nuestra familia muere en los aeropuertosâ€. Aunque no se salga del barrio. Otros artículos Si quiere explorar más a fondo puede visitar nuestro catálogo de personas, personajes |
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