voto, llevado por la premura de quitarme de encima interminables devaneos. Por si la espera se alarga llevo algo para leer, en este caso un libro sobre Edad Media. Llegado a la cola, espero mi turno para entrar al cuarto oscuro. Poco atiendo al paso lento de la fila, dominado por los resabios de las arrevesadas lucubraciones por las que he creído concluir que lo menos peor es apoyar al candidato que me produce aversión con tal que no gane quien me resulta nefasto, ya que mi preferido está lejos de imponerse y no le hará mella que mi voto le falte. En eso, a mis espaldas, un canturreo me saca del íntimo conciliábulo: “¿Qué culpa tiene el batracio de que lo deba comer…?”. Me doy vuelta, enarcando las cejas, y el canturreante, un circunspecto señor enfilado tras de mí, me dice:

-Esto es sólo las PASO[1], anagrama de SAPO. Cuando lleguen la primera y segunda vuelta, en el país quizá no queden estos animalitos bocones… -notando mi interés, prosigue-: Le diré algo que no ignora, bajo el brazo tiene el libro Gente de la Edad Media: en esa época exterminaron los gatos, principalmente los negros, porque se creía que asistían a las brujas; aún hoy, si en la calle nos cruza un gato negro es augurio de mala suerte. Consecuentemente, proliferaron las ratas y se produjo la peste, que se adjudicó a una sanción divina por los pecados humanos. No estoy loco, sólo digo que no quisiera estar aquí cuando no queden sapos, de los que usted y yo y los demás tragamos, formando fila.

Desconcertado, musito:

-¿Y si votáramos en blanco?

-Nos habrá vencido el asco -concluye.

Busco las palabras que no tengo para contestarle cuando desde la vecindad de la urna alguien ordena: “el siguiente”. Le dirijo una mirada al señor de los batracios, ensayo un absorto gesto de despedida y me encamino hacia el presidente de mesa.

Presento mi documento, me chequean en el padrón, me entregan un sobre y entro al cuarto oscuro. Tardo en salir.

[1]Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias